cuando estoy conmigo

Cuando estoy conmigo creo que nada puede alterarme, creo que el mundo es un pequeño escenario en el que me muevo muy tranquila.Puedo escribir lo que pienso,mi razonamiento es claro. Pero salgo y me encuentro con un oceano de gente,objetos,luces, sonidos impredecibles que desentructuran mi armonia, esa armonia perfecta que tengo cuando.....estoy conmigo

viernes, 25 de mayo de 2007

Historia de un pueblo

PUEBLO BLANCO

cuento

LA OLLA

Pueblo Blanco, así le decían a ese lugar, tan cargado de magia, con aquellos perfumes extraños y esos sabores agrestes, que permitían sentirse libre a toda aquella persona que lo habitara.

Antonio era un lugareño; ya hacía varios años que había llegado con su familia una cálida tarde de enero. Poco después sus padres se habían separado; fue entonces cuando su madre, Lola, decidió vivir en La olla junto a sus cuatro hijos: Antonio, el Gurí, la Lore y Susi la mayor de todos.

El verano era fuerte y sólo se podía soportar cerca del río, ya sea nadando o andando en canoa. Así... nadando y remando ese río se llevó a la Susi aquella calurosa siesta cuando sólo tenia dieciocho años; la morocha más linda del pueblo dejó a su familia desolada.

Tristes fueron los primeros tiempos sin ella: La mayor, la que ayudaba con los hermanos, la que trabajaba para traer un poco de pan, la que no llegó a conocer la alegría de tener un novio, como Dios manda. La familia jamás superó su ausencia y poco a poco se fue destruyendo, cada uno en soledad lloró su muerte.

A la Lore, la más pequeña, no le fue tan mal en La olla (así se llamaba el barrio pobre escondido tras la hondonada) había lindos chicos, sólo que nunca le contaron como cuidarse de ellos. A los quince ya tenía una niña con El Luis, pero éste se fue del pago a buscar nuevos horizontes y jamás volvió. Por suerte o por desgracia, a los dieciséis llegó Pedro, hijo de un señor muy importante que vivía en el barrio alto, con él los cuidados fueron menos, así a los nueve meses la Lore repitió su historia . Esta vez no le fue mejor, pues, al niño bien, le prohibieron volver a verla para evitar habladurías; su padre, el Director del Normal, no quería ser señalado por las correrías de su hijo. Fue entonces como La Lore tuvo su niño en lo de Doña Paula, la partera, pero no lo pudo ver; le dijeron que era enfermito, que necesitaba cuidados especiales y, por unos pesos de más, Doña Paula le dio la triste noticia de su muerte. A la Lola le vino bien el dinero que le dieron a escondidas ,—Así es mejor—pensó la Lola —Una boca menos— y... nunca más se habló del tema.

Mientras tanto, la Lola era bastante requerida los hombres del barrio, después de todo, aunque parecía mayor, sólo tenía treintaicinco años. Al padre del Antonio y la Susi lo veía casi siempre, pero el padre del Gurí sólo venía de cuando en cuando a pedir dinero para emborracharse en los bares del pueblo; peor suerte corrió La Lore con el suyo, pues nunca lo conoció.

Por su parte el Gurí y el Antonio vivían para jugar al fútbol, eran más grandes, pero todavía la primavera no los había sorprendido, quizás por los sanos consejos del padre de Antonio que los quería a todos como a sus hijos.

La playa era para los varones el lugar de encuentro con sus amigos, allí pasaban horas jugando en la arena caliente hasta que, sus pies, ardidos, daban señales de pertenecer a su cuerpo. Entre juegos y canotajes el tiempo parecía detenerse, siempre era tarde para ir al colegio o para hacer sus tareas, sólo conocían de peces, carnadas y de toda cuestión referida al río.

El río... con las fauces de un gigante que se había devorado parte de su vida, era para el Antonio, misterio y atracción; todos los veinticinco se sentaba en la playa, allí donde pisó su hermana por última vez, a recordarla. En ese lugar podía resucitar su larga cabellera negra, su sonrisa blanca y sentir que el viento le devolvía su risa por un instante. La Susi, compañera de juegos, su hermana casi gemela,- pues sólo era un año mayor que él- , aparecía y desaparecía entre el río y la playa, besaba sus mejillas y le dejaba ese sabor acre de la ausencia... .

EL ESPECTRO

Aquel verano Antonio cumplía sus dieciocho y su cuerpo dorado de sol recordaba al legendario Tarzán, su cabellera larga, rizada, y esos ojos café hacían zozobrar a cuanta joven caminaba por la playa.

En esa temporada descubrió azorado los cambios de su cuerpo y la influencia que ejercía sobre la jóvenes lugareñas. Su aspecto salvaje, el pecho ensanchado, sus largas piernas y sus brazos toscos, inflados de tanto pelearse con las canoas y hacer carreras de nado con sus amigos, eran la envidia de cualquier vago de la zona. Las chicas le echaban vistazos de reojo, esperando se digne a mirarlas, pero él sólo tenía tiempo para el río y las canoas. En vano lucían sus trajes de baño diminuto, su piel color bronce delante del Antonio.

En ese salvaje escenario, se recostaba todas las tardes sobre aquel sauce llorón que parecía la cabellera de una mujer,la que ,ardiente por el sol de enero buscaba ayuda en el viento para refrescarse en el agua junto a los peces .

Estaba mirando el río cuando escuchó el silbato :

— ¡Ayuda, se ahoga !— gritaban unos vagos cerca del muelle.

Corrió el bañero a auxiliar a el Mecho, a quien su canoa le jugó una mala pasada. El Antonio se acercó a ver a su amigo, que boqueaba sobre la arena, fatigado por el sacudón.

— ¿Estás bien? — preguntó.

— ¡Sí, que susto!— contestó el Mecho, escupiendo agua.

Al levantarse, su mirada quedó presa de un par de ojos negros que lo observaban de arriba hacia abajo con rostro expectante. Fue un segundo de tiempo; cerró los ojos y se los refregó para convencerse ...

—¡ La Susi ! gritó y dando un salto corrió a abrazarla, pero esa imagen se esfumó en el aire dejando el perfume de su piel.

Inútil fue buscarla por toda la playa, había visto un espectro; sin embargo, era la viva imagen de su hermana, no podía equivocarse.

En las tardes siguientes volvió a recorrer el lugar en busca de esa mirada, pero todo fue en vano; les contó a su madre y a sus hermanos, quienes lo trataron de loco.

— ¡ Cómo se te ocurre!—dijeron sus hermanos al unísono.

— ¡El sol te ha hecho mal — decía su madre, persignándose.

Pero el Antonio no podía olvidarla :

— ¡Me estoy volviendo loco — pensó, camino a la playa.

Esa tarde, después de haber navegado un rato se recostó en la arena a tomar sol, el aire cálido lo envolvía, sus ojos pedían descanso y cerrándolos se dormitó un rato. Lo suficiente como para que en sus sueños apareciera ella ; otra vez esa imagen le generaba sobresalto. Abrió los ojos y se encontró de pronto frente a ella, pero esta vez el sentimiento cambió .

Esa morocha era real, y lo miraba con su blanca sonrisa.

— ¡Es La Susi! ¡ Qué parecida! —pensó preocupado; mientras la joven intentaba acercarse a él.

—¡Hola! —Murmuró la chica —¿Sos de por acá ?...

— Sí, soy el bañero de esta playa — Asintió Antonio, tratando de sostener su mentira con una pose de hombre forzudo ensayada muchas veces.

—¡Qué bueno !,¿Cómo te llamás ? retrucó la chica, sin creerle demasiado.

— ..Anto....Tony, me dicen Tony , ¿y vos ?—contestó, con dudas.

—..Paulina ...me dicen Pau... ji, ji— Contestó la joven soltando, una carcajada.

EL AMOR

De inmediato Antonio sintió como un tropel embravecido le cruzaba el pecho y, sonrojado trató de controlarse...

— ¿De dónde sos, Pau? —preguntó

—Soy de una ciudad de sur llamada La Loma, vengo todos los veranos a visitar a mis parientes— contestó la damita, jugando con los dedos en sus renegridos cabellos.

—¿Querés que te lleve a pasear en bote?

— Me da un poco de miedo, pero...—

—¡Dale, te voy a enseñar la isla y el barrio de los pescadores, vamos ! — dijo el Antonio estirando su mano hacia ella.

Cuando la tocó, sintió un temblor impredecible,... se dio cuenta de que surgía en él un sentimiento desconocido.

Los paseos en bote se sucedieron uno tras otro, así como las largas caminatas por el parque y los atardeceres en la playa. El amor crecía y, el Antonio ya había olvidado cómo empezó esta historia, sólo deseaba que no terminara nunca.

La risa era su aliada más fiel, la música que compartían les brindaba la alegría que pocos entendían, cuando eran sorprendidos bailando en el medio de la calle, o sobre un banco de la plaza, como dos locos. La imitación de un bailarín de moda era lo que a la Paulina más le divertía del Antonio, adoraba verlo contornearse al compás de la canción que él mismo tarareaba. Ambos sentían que eran almas gemelas, parecían conocerse de tiempos remotos, sabían que el amor los tocaba de cerca.

Los acercamientos fueron cada vez más fuertes, ya no bastaba con besarse o abrazarse, las miradas se chocaban, y sus cuerpos jóvenes, se deseaban profundamente. Con estos sentimientos, resultó fácil encontrar un lugar para la pasión . La casa del padre del Antonio, que volvía tarde del trabajo, fue para ellos el refugio ideal para una tarde de amor... Una tarde cálida de verano, dos cuerpos adolescentes sedientos de placer; el candor de una joven; un deseo: que sea una tarde interminable; una ilusión : que este amor dure toda la vida... .

Estos encuentros se fueron sucediendo con más frecuencia, con más emoción, después los pudores se escondieron entre las sábanas, y juntos fueron descubriendo las formas de sus cuerpos, sus almas se fundieron en el primer amor. Ese amor que les permitió volar y soñar.

Durante un tiempo Antonio escondió ese amor, pues pensaba lo que sentiría su familia cuando la conocieran,—Ese parecido con la Susi , va a ser muy difícil que no se den cuenta—murmuraba en su interior.

Pero fue inevitable. Una tarde, de paseo por el parque con la Paulina, se encontró de frente con su mamá que hacia lo mismo con su novio. Los ojos de la Lola se iluminaron, un frío estremecedor recorrió su cuerpo, — ¡La Susi! — gritó, persignándose sin parar. Un segundo fue suficiente para recordar ese episodio, la embarcación boca arriba, su hija gritando en el río, los bañeros desesperados luchando por salvarla y después... el horror; el cuerpo de la Susi hinchado, morado, y sus ojos, víctimas de las pirañas, cuando la encontraron al día siguiente en la orilla.

La Paulina no comprendió su actitud, pero tuvo un presentimiento terrible, quizás el mismo que tuvo Lola cuando vio el fantasma de su hija. Al fin se saludaron; más tarde, el Antonio le contó a la Paulina la historia de su hermana y el singular parecido entre ambas. Ella comprendió, pero quedó aterrorizada, no podía dejar de pensar en esa tragedia que, por momentos, parecía un mal sueño que la relacionaba con tan absurdo destino.

Los días pasaban y los enamorados parecían no molestarse cada vez que algún conocido los cruzaba y se repetían las escenas de sorpresa al conocer a la joven y creer que veían al espíritu de la finadita. También la conocieron el Gurí y la Lore pero, prevenidos, disimularon muy bien.

Poco a poco, en la olla se fue instalando el rumor:

— ¡ El ánima de la Susi merodea por el poblado !— alertó, Doña Flora. —¡Viene a buscar descanso, Dios se apiade del Antonio, meterse con su propia sangre¡ — dijo haciendo cruces en el aire.

—¿Qué dice Doña?—Preguntó la Lola.

—¡Dejáme este asunto a mí querida, vos cuidá a tu hijo de esa extraña —contestó la vieja, juntando unas hojitas del suelo.

Antonio comenzaba a preocuparse por aquel rumor, no le gustaba que lo señalen, pero su pasión era incontrolable. Día a día el sentimiento por la Paulina era mayor. A veces le parecía verla entre la gente llamándolo , agitando sus brazos... él corría obstinado hacia ella, pero,... su imagen se evaporaba. Muchas tardes, después de verla, lo encontraban sus amigos hablando solo, caminando por la orilla de la playa donde la conoció.

Sus encuentros eran cada vez más bellos. Tan bellos que él ya no podía creer que esto fuera real ... había comenzado a pensar lo que decían acerca de ella :

—¡ Es el ánima de la Susi ! ¡Es tu propia sangre !— sentenció Doña Flora.

— ¡Es mandinga en persona, quiere venganza!—comentó su madre.

—¡Te va a volver loco !—, le dijo el Gurí.

Pero el Antonio ya no escuchaba, su mente estaba muy lejos,... allá ... en la orilla de la playa,...ese día en que se arrojó al agua para salvar su pellejo cuando la canoa se dio vuelta; escuchó los gritos de su hermana pero no pudo volver atrás, la corriente lo arrastró hacia un amarradero, pero la Susi no tuvo la misma suerte. Cuando giró la cabeza descubrió sus ojos desesperados que le hablaban con una mezcla de odio y furia, dolida por aquella fuga.

—¡Yo no pude volver atrás, no tenía fuerzas, no la abandoné! —Gritó con impotencia.

Preso del llanto y el dolor corrió a buscar a la Paulina cuya figura, para entonces, era la reencarnación de su hermana. Sus pasos lo llevaron sin pensar a La Olla, y extrañamente, la encontró en su propia casa, junto a la Lola con su sobrina en los brazos. Sin pensarlo se lanzó sobre el cuello de esa mujer, presionando muy fuerte, mientras su familia trataba de detenerlo inútilmente. Sus ojos, ciegos de venganza y miedo, sólo reflejaban la cara de la Susi o la Paulina; Luego siguieron gritos, confusión, y el golpe en la cabeza que le dio el Gurí para frenarlo.

Esto pasó en un instante, un minuto de locura le costó al Antonio la cárcel y luego el manicomio, la droga y el alcohol hicieron el resto.

Parte de esta historia me la contó la Paulina dos días antes de la tragedia, cuando le vendí el boleto de ómnibus que la llevaría de regreso a su casa, pues terminaban sus vacaciones .

Lo demás, fue comentado en todo el pueblo durante mucho tiempo

Una vez más la desgracia envolvió esa familia, una vez más la Lola estuvo de velorio. Pero esta vez para enterrar a la Lore, la menor.

FIN

No hay comentarios:

copy

© Derechos de Steel. Está prohibida la reproducción y el uso de sus imágenes. Ilustraciones de Stella Maris Vazquez